La vida es más importante que el cine: Felipe Zúñiga y la cacería de la cotidianidad

Por Luis Acosta Casanova.
-Yo creo que… ¡Wow! ¡Increíble!
Un rayo partió el cielo mientras conversábamos, y el trueno rugió a la distancia con tal fuerza que pude escucharlo incluso al otro lado de la línea. Felipe Zúñiga, quien lo vio con sus propios ojos, exclamó con asombro y me dio la impresión de que, de haber tenido una cámara y algo de antelación, no habría dudado en capturar aquel instante en una imagen.
-Increíble, increíble -siguió diciendo-… Creo que eso es señal para que ya no hable más.
Tal impresión, por supuesto, no surgió de la nada. Para entonces, hemos hablado durante más de una hora, y el joven cineasta ha sacado a relucir su interés y talento para cazar imágenes.
De todas las personas que he tenido el honor de entrevistar, Felipe es la primera que, cuando le pregunto por sus influencias, me habla únicamente de cineastas costarricenses. Su admiración por el cine nacional también es notoria en las contribuciones que le ha hecho. Como miembro de la generación que ha traído a la existencia películas como Ceniza negra, El calor después de la lluvia o Clara sola (por mencionar solo algunas), Felipe se ha distinguido, ya sea como productor de series documentales como San José de noche, largometrajes como Domingo y la niebla, que fue la primera película, no solo de Costa Rica sino de Centroamérica, en formar parte de la selección oficial del Festival de Cannes, y más recientemente, como director del largometraje La picada, que fue presentado en la décima edición del CRFIC.

Felipe, ¿Cómo me describiría su amor por el cine?
Wow, qué linda pregunta. Recuerdo la primera vez que fui a ver una película, en el Cine Variedades, y fue un momento muy lindo y especial. Yo estudié en el sistema de educación pública todos los días de mi vida; cada lección educativa que he recibido ha sido gracias al Estado costarricense, y cuando estaba intentando descifrar qué quería hacer de mi vida, a los dieciséis o diecisiete años, me di cuenta de que siempre me ha gustado mucho contar historias, y no solamente contarlas sino también escucharlas. Creo que puedo resumir mi amor por el cine en que me encanta que me cuenten historias, y cuando escucho o presencio una historia muy increíble, me gusta contarla a las demás personas. Además de eso, también influyeron las películas que vi de niño y me movieron, creo que mucha de la empatía que sienten las personas cuando uno está en la calle filmando tiene que ver con la manera en que ver una película les ha hecho sentir. A veces uno encuentra una cercanía especial con las personas, sobre todo cuando se necesita un favor incómodo, como: “Vamos a cerrar esta acera” o “Señora, préstenos su casa para meter una cámara y hacer una grabación”. Pero, a veces, a partir de la emoción y lo novedoso, la gente se apunta.
¿Qué opina sobre los espacios de apoyo que existen, actualmente, para el cine nacional?
Como te dije, siempre he tenido mucho agradecimiento con el Estado costarricense, porque me lo ha posibilitado todo, incluso mi carrera; dos veces me ha apoyado con el Fondo de Fomento Audiovisual El Fauno para San José de noche y La picada, entonces siento que he sido muy privilegiado de recibir todo el apoyo que este Estado puede darle a una persona que quiere dedicarse al arte y específicamente al cine. Pero, dentro de mi generación, no me considero ni el más talentoso, ni el que tiene el mejor gusto, es decir, tengo amigas y amigos con mucho más talento que yo, y con proyectos que, lastimosamente, no han podido encontrar su oportunidad, no han podido encontrar el recurso necesario para filmarlos, y eso es una gran pena, y lo digo desde la gratitud de haberlo tenido, pero también desde la conciencia de que es importante que haya más, ¿verdad? Porque, Luis, hay gente muy talentosa, con una mirada muy interesante, que se está quedando por fuera, y ni qué decir del gremio artístico en general, porque el cine es, creo, la única expresión artística en Costa Rica que tiene fondos lo suficientemente amplios para que un grupo de personas pueda trabajar por uno, dos o hasta tres meses. Yo no sé qué hace un artista plástico, por ejemplo, no sé dónde un músico puede encontrar posibilidades reales y concretas, porque no existe ese tipo de estímulo hacia las otras expresiones de arte, y eso es fatal, es terrible. Te cuento que para mí es muy difícil decir que soy cineasta, es muy difícil, y eso que ya he trabajado en muchas pelis, e incluso yo mismo dije: “Bueno, ahora que estrené La picada, voy a decir que ahora sí soy un cineasta”. Pero después estuve reflexionando al respecto… o sea, si yo no digo que soy un cineasta, decir que soy un artista hará que me caiga un rayo, ¿sabe? Siento que no puedo decirlo, como si fuera una cosa prohibida, algo entre la falsa modestia y lo concreto. Decir que uno es artista en Costa Rica es, básicamente, decir: “Yo no hago ningún tipo de trabajo convencional y no me pagan por lo que hago”. Eso es muy doloroso y triste, pero es la realidad. Entonces, es difícil creer que uno es artista, porque este país no brinda las oportunidades para que pueda haber una pluralidad de voces, y creo que ese es el tema: Ahora hay algunas voces, pero no existe una pluralidad. Por eso es importante que exista una ley de cine, es importante que el gobierno vuelque su mirada al Ministerio de Cultura, al gremio artístico y cultural, porque es lo que nos diferencia, es el espejo que nos permite reflexionar sobre lo que somos, lo que hemos sido, e identificar la tendencia de hacia dónde vamos. Una ley de cine no solo sería positiva para el sector cultural y artístico, sino también para el económico, porque ya está más que demostrado que las películas mueven la economía y traen muchos beneficios en generación de empleo y en la mirada que puede tener Costa Rica sobre espacios muy legítimos de cine; por ejemplo, ahora que estuvimos en Cannes, eso tiene que ver con una visión de Estado, de intentar vender Costa Rica como un destino ecológico, sostenible, y el cine es un gran vehículo para lograrlo.

Uno de sus proyectos en ganar el Fondo El Fauno, además del Premio Amando Céspedes Marín, fue San José de noche. ¿Cómo fue la experiencia de filmar la serie documental?
Bueno, qué alegría que podamos hablar sobre San José de noche; a veces siento que es un proyecto que no tuve la capacidad de llevar a tan buen puerto en su exhibición. Pero, bueno, también es porque, como te decía, no existen muchos espacios. San José de noche fue un proyecto inesperado; cuando empecé a vivir en San José se me ocurrió que quería retratar la vida nocturna en la ciudad porque, bueno, yo soy de Coronado, así que el último bus a veces sale a las once, y la noche no era algo que había explorado tanto antes de estar en la U. Pero después de venir al centro de San José pude experimentar mucho más la noche, que me gusta, porque la ciudad me parece un poco más silenciosa, es más posible escucharla en detalle…
Es otra dimensión.
¡Totalmente! Es otra dimensión; la gente que habita, que realmente habita la ciudad, es la gente que está viva durante la noche. Hay un fotógrafo que ha sido de mis mayores inspiraciones, Brassaï, un pionero de la fotografía nocturna, y sus retratos de París son impresionantes; lo que él más hacía era fotografía documental de la noche en París, y con las primeras cámaras los tiempos de exposición eran muy largos, entonces no es como que podía pasar desapercibido. Brassaï me inspira mucho porque, a partir de eso, se vio en la necesidad de realmente conversar con la gente, explicarles lo que deseaba hacer, conocerlos, conocerlas. Una historia que me asombra es que vivió como cuatro meses de un burdel antes de fotografiarlo, y las fotografías son increíbles. En ese sentido, Luis, puedo decir que todos mis procesos de creación, hasta el momento, han sido así: ir y conocer a alguien, y plantear algo a partir de ese encuentro. San José de noche fue así. Yo me tomaba dos o tres días para visitar un sitio, generalmente sitios que visitaba mucho; para Brassaï era importante hacer que el individuo supiera que estaba en un momento de creación artística, porque implica la consciencia no solo de la imagen, sino de esa descarga de saber que tengo derecho a sentirme otra persona, algo que en muchos casos relaja a la gente y les permite no sentirse invadidos, sino todo lo contrario. Para mí también fue muy importante que la gente entendiera qué significaba grabar, qué querían mostrar, qué les parecía interesante de su propia vida, hasta dónde me permitía entrar, si estaba de acuerdo en quitarse la camisa y correr frente a la cámara, o en ir a su casa y grabar desde ahí, ¿sabe? Hay demasiados permisos, muy difíciles de pedir, y por eso hay que acercarse tanto y tan íntimamente.
Suena muy lindo, pero también muy demandante. ¿Fue difícil trabajar en esas circunstancias?
Claro, y fue dificilísimo, pero otra cosa que pienso sobre este momento en mi carrera es que he tenido la oportunidad, el privilegio, de asistir en dirección. Antes de filmar mi primera película yo había asistido en dirección en El calor después de la lluvia, Atrás hay relámpagos, Cascos indomables, La pasión de Nella Barrantes y Ceniza negra; y había trabajado como segundo asistente de dirección en Días de luz, El baile y el salón (el nombre nuevo es una farsa) y había hecho continuidad en Presos. Entonces ya tenía ocho pelis antes, y había visto a demasiada gente tomar decisiones y resolver problemas a los cuales, obviamente, también me iba a enfrentar; desde ese lugar de asistente de dirección he tenido una oportunidad para aprender mucho en cabeza ajena, porque han confiado en mí y me han dejado hacerlo, siento que me han regalado demasiadas herramientas. Gracias a eso, creo que mi próximo proyecto de fijo va a ser, no quiero decir “mejor” que La picada, pero sí más riguroso y en mejores condiciones para resolver, y otra visión de cómo quiero hacerlo. Siento que sí, es demandante, pero en este momento de mi vida tengo las energías para hacerlo.

Al hablar sobre Domingo y la niebla, Ariel mencionó que, para él, se trata de una película sobre fantasmas, a la vez personal y política. ¿Qué es para usted? ¿Cuál fue su intención como productor?
Creo que, para mí, Domingo y la niebla es interesante porque trata sobre los asuntos sin resolver, en parte con respecto a la muerte, pero también con respecto a la gente que queda acá con asuntos sin resolver. Domingo y la niebla explora qué hacemos con esos asuntos, cómo podemos transformarnos o gestionar nuestras emociones y recuerdos, me parece una sensación muy humana. Es decir, me parece muy humano buscar la redención, el perdón, el sentirse perdonado, porque no siempre tenemos la inteligencia emocional suficiente para pedir perdón. Es muy sencillo saber si uno es perdonado cuando tiene la capacidad de preguntar o disculparse, o gestionar algún cambio sobre algo con lo que ha lastimado a otras personas, pero a veces no se tiene la capacidad de poder decirlo, y lo que hace de Domingo y la niebla una película tan especial, es poder tomar esta situación tan cotidiana en muchísimos lugares de Costa Rica y transformarla en un relato fantástico.
Tengo entendido que para lograr el efecto de la niebla utilizaron, e incluso desarrollaron, efectos especiales prácticos. ¿Cómo lo hicieron?
Eso estuvo a cargo de Nico Wong, el fotógrafo y productor ejecutivo. Domingo y la niebla fue una película pequeña. No había presupuesto para una planta eléctrica todos los días con la cual hacer niebla, o para alquilar máquinas de humo. Así que Nicolás se puso a investigar y encontró unos aparatos que utilizan gas de propano y se utilizan para fumigar plantaciones grandes, creo que se llaman termo nebulizadores, y lo que hacen es combinar con agua algún tipo de repelente o fungicida, que se vaporiza para la fumigación. En vez de agua y repelente, pusimos líquido de humo en los dos compartimentos, y eso pasaba a través del gas propano encendido, se quemaba y salía humo. Hicimos pruebas con hielo seco, extintores, dióxido de carbono, máquinas de humo pequeñas; hay una combinación de distintos tipos de humo, pero la principal batería de neblina se generaba con estas máquinas que manejamos todos en el crew, todo fue muy artesanal.
Imagino que también ayudó el entorno geográfico, ya que Cascajal de Coronado es sumamente nuboso y frío. ¿Cómo fue la experiencia de pasar meses filmando en esa locación?
En realidad, el rodaje fue muy corto, entre tres y cuatro semanas, pero sí estuvimos yendo muchísimo tiempo, y fue interesante porque eso nos permitió pasar mucho tiempo en la comunidad, y las personas estuvieron muy dispuestas a colaborar. En ese sentido no me interesan los proyectos que no me permiten conocer a las personas. Es cierto que una película no le cambia la vida a nadie, pero no siempre se tiene la oportunidad de participar en un proyecto de filmación, y eso es algo que las personas suelen ver con mucha ilusión, porque recuerdan alguna película que les conmovió, entonces yo estoy consciente de que no le cambiamos la vida a nadie, pero por un rato sí fue algo interesante y nuevo, que hizo gracia.
Eso me recuerda algo que mencionó en una entrevista con LatAm Cinema en 2020, donde habló sobre su interés por “cazar historias cotidianas”, y me parece muy interesante ese término de cazar.
Claro, y eso también pasó en La picada, porque es sobre un personaje que está ahí, y se trataba de cazar algunas situaciones, algunos momentos, literalmente una explosión del volcán, ¿sabe? Para lograr que la imagen se presente ante uno y capturarla hay que tener paciencia y apertura, porque a veces uno se imaginó otra cosa, o escribió algo y ocurrió lo único que podía ocurrir y fue muy distinto; entonces, hay que tener la sensibilidad para entender que eso es lo mejor. Decía… voy a sonar todo necio, pero decía Tarkovsky que una vez fue a un café para escuchar conversaciones ajenas, y mientras escuchaba, se sintió avergonzado de lo que había escrito en toda su vida, con la certeza de que jamás en su vida se le podrían haber ocurrido mejores diálogos que esos que estaba escuchando en ese momento, y que entonces él era también eso, como una especie de espía. No sé si es que soy un poco chismoso, o qué, pero me gusta escuchar a la gente hablar, ¿sabe? Casi que verles el celular y leer los mensajes (no, mentiras). Es muy interesante, es una oportunidad de entender mejor la vida, de fijo.

Felipe, ¿de dónde vino la idea original para La picada? ¿Qué lo motivó a que este fuera el tema de su primer largometraje?
Sobre todo, conocer a Rosmeri y sentir que era la primera vez que conocía a una persona y pensaba: “¡Wow! Estoy frente a una persona de la que digo: ‘¿cómo no hay una película sobre ella?’”. Esa fascinación por ella como persona fue, de fijo, mi motivación máxima para hacer este proyecto. También es como mi validación, ¿verdad? Para mí era muy importante que a ella le gustara la película, que se sintiera cómoda, que me dijera cómo la veía, porque es un documental, o por lo menos es ella interpretándose y viéndose a sí misma. Hace muchos años, yo hice un documental para La Nación, y fue todo muy especial y mágico, ¿sabe? Era como que se cumplían sesenta y cinco años de la erupción del Irazú, así que contacté a un fotógrafo, a un camarógrafo y a un periodista a quienes les tocó cubrir la noticia, porque la vara duró como tres años, fue muy heavy, las explosiones fueron muy rajadas y las imágenes son impresionantes. Entonces yo fui mucho al Irazú y conocí a estas personas, les hice muchas preguntas, y mientras iba subiendo, el volcán Turrialba estaba haciendo erupción, así que muchas veces que pasábamos, se veía una columna de humo, una vez me tocó ir a cubrir el cierre del perímetro de seguridad, cuando más heavy estaba lo del volcán, y había una capa de ceniza donde se hundía hasta los tobillos o más. Me pareció un lugar increíble, y cuando pude volver, porque duró cerrado unos meses, conocí a Rosmeri y me dije: “¡Ah! Ya. Tengo que hacerlo, estoy listo, vamos a hacerlo”. Pero sí, la motivación principal es la fascinación, amor, cariño, ternura y amistad que siento por Rosmeri, una gran admiración como ser humano.
En misma entrevista para LatAm, usted contó sobre cómo planearon hacer un documental sobre Rosmeri, pero también dice: “poco a poco empezamos a imaginar escenas y acciones”. ¿La película es un cruce entre documental y ficción?
Diría que es una no-ficción, un género muy… no necesariamente nuevo, pero sí que está encontrando su espacio. Es como las historias que parten de una verdad o, mejor dicho, de una referencialidad tan extrema, y ese ha sido uno de los mayores retos de esta peli. Encontrar su sitio en el medio, porque documentalizar la ficción tiene que ver con los bordes, los límites; creo que estamos jalando, a propósito, los límites del documental hacia donde queremos, como si fuera una plasticina. Esta película es la vida de ella, su cotidianidad, es ella estando y haciendo lo que hace toda su vida; la situación es que no logramos conseguir un presupuesto para grabarla o acompañarla durante seis meses y esperar a que pasaran todas las cosas. Todo el proceso termina formando la pieza, y para mí es muy importante desarrollar y entender ese proceso, pero también saber que eso es parte de la obra misma. Es decir, uno como autor no puede despegarse de su obra, pero tampoco puede la obra despegarse de su proceso, y por eso desarrollar los procesos es de las cosas que más disfruto.
Para finalizar, ¿Cómo ha visto, en retrospectiva, su camino personal? ¿Qué ha aprendido sobre el cine? ¿Cómo siente que ha evolucionado?
Uff… Qué montón de recuerdos. Hay muchas cosas que he aprendido, desde cómo hacer una película hasta poder transformar algunas conductas que no son tan tuanis, y he encontrado en el cine la oportunidad de enfrentarme a eso, ¿sabe? No solamente en el quehacer, sino sobre todo en quiénes hacen, en el contacto con las personas que tengo a mi alrededor. Yo tengo demasiados aprendizajes en mi libreta; de hecho, estoy revisando a ver si hay alguna que yo diga: “Ya, esta lo resume todo”, porque tengo notas de cuando estábamos haciendo la peli, mensajes que me estaba diciendo. Cuando empecé a filmar tenía veintiséis y cumplí años durante el rodaje, entonces ha pasado mucho, Luis, ha pasado mucho. Podría decir que me he dado cuenta de que el camino es, y tiene que ser, inevitablemente solitario, pero encontrar amigos es vital, encontrar personas cercanas, queridas, admiradas y respetadas, dispuestas a atravesar un proceso tan largo, esa es una de las cosas más bellas que puede haber. También siento que es importante dar espacio al instinto, no todo es racional únicamente. Y, también, una de las lecciones más importantes que he aprendido es: la vida es mucho más importante que el cine, y desde esa idea me gusta plantearme las cosas. La vida es más importante que el cine. Por eso también me gustaría lograr filmar de la misma manera que vivo, pero bueno, seguir haciendo es el único camino de aprender. A fin de cuentas, la proyección no es el fin, estar en festivales no es el fin. Seguir haciendo, continuar los proyectos, para mí esos son los verdaderos fines, y por supuesto, que tengan éxito y que la gente los vaya a ver, para poder hacer una segunda y una tercera, pero siempre recordando lo necesario que es estar presente, consciente de lo que está ocurriendo, con los ojos abiertos, pero no solamente los ojos, sino el intelecto y el corazón.

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